lunes, 18 de febrero de 2008

CUENTO DE NAVIDAD. LA ESTRELLA DE LA LIBERTAD.

“…Tengo necesidad de acomodarme junto a ti sobre la mesa de una pequeña hostería y brindar en la paz de una sonrisa semejante al día. Si combato, combatiré un poco por ti”. Antoine de Saint-Exúpery en Carta a un rehén.


Para Ingrid Betancourt y todos los secuestrados.

Levantó la mirada y trató de abarcar las altísimas copas de los árboles que como el cielo abovedado de una catedral se cerraba opresivo. El tiempo allí transcurría lento como aquellos caracoles que veía de niña ascendiendo por la tapia de su casa al salir para el colegio, era desesperadamente lento. Se sentó sobre la rústica banca atada con bejucos y lanzando un largo suspiro dejó que los recuerdos la poseyeran, era casi un ritual hacerlo cada mañana, vió los rostros de sus hijos, Sebastián, Mela y Loli, sonrientes desaprensivos, a su padre, esa dulce sombra que la acompañaba cada noche ; Como un inabarcable carrusel las vívidas imágenes de lo que era su vida se sucedían una tras otra como flashes que hieren los ojos, el alma… Quiso llorar pero pudorosamente volvió su cara hacia el cambuche, no quería que sus verdugos descubrieran su fragilidad, sería indignante que además vieran su rostro descompuesto por el dolor, recordó una frase que alguna vez leyó y nunca terminó de entender y ahora se revelaba en su desoladora verdad: “ El dolor es oscuro, tétrico y su naturaleza es infinita “. ¿Qué hado siniestro la condenaba a vivir en aquella inhóspita selva, lejos de quienes amaba?, ¿ En qué momento las cristalinas leyes del destino implacables, despiadadas, habían diseñado ésta atroz prisión del secuestro, que como una bestia ciega y moribunda devora los días, lame las heridas purulentas de sus víctimas?. Recorrió con sus manos de dedos afilados su rostro, ese rostro que no se repetiría nunca, con ella se irían miles de recuerdos, miles de circunstancias, su voz que tantas veces había cobijado con ternura sus hijos, su voz que había reclamado justicia para su pueblo, su voz que en aquel infame cautiverio se había alzado poderosa pidiendo un poco de compasión para los secuestrados y ahora apenas musitaba un “Gracias”. Estaba cansada, demasiado, en su cuerpo se había cebado el dolor, era ese incómodo huésped de quien no vemos su rostro, del que huimos, pero de pronto un día sin aviso alguno está instalado devastándolo todo, rompiendo nuestras entrañas, rasgando con sus garras los vagos intersticios del alma. Sobresaltada escucho una voz áspera, estentórea : “ Dra., el ranchero la mandó llamar “., “ Gracias “ apenas musitó. Caminó lentamente, su largo pelo y extrema delgadez le daban cierta fantasmidad a su presencia en el campamento, aunque a decir verdad allí todos empezaban a tener la condición de fantasmas; No quería probar de la misma vianda que invariablemente había: Fríjoles y sopa de arroz, aunque en el cumpleaños de sus hijos imaginaba aquello como una provocativa torta y cantaba jubilosa en el silencio de su corazón el happy birthday.
Ese día especialmente había más humedad que de costumbre, en la lejanía se oían gritos que se perdían en la espesa manigua, solían hacer largas jornadas de caminatas entre manglares y gigantescos árboles con hojas donde fácilmente podía oculto acechar un tigre, una boa, o quienes buscaban rescatarlos a sangre y fuego, era una incertidumbre permanente, por eso guindada había una hamaca entre dos palos con un mosquitero, bajo una improvisada carpa, allí dormía atenta a cualquier señal de peligro, dispuesta a salir volada en segundos.
La tarde cayó lentamente entre la algarabía y los murmullos de la selva, Ingrid se refugió en su cambuche y antes de meterse en la hamaca tomó la Biblia ya amarillenta de tanto trajín y leyó a la luz de una vela el libro de Job, aquel varón a quien Dios puso a prueba autorizando a Satanás para que minara su fe enviándole todas las plagas y desgracias, leía esta historia del antiguo testamento y en los infortunios de Job encontraba Ingrid fortaleza y entonces había un poco de blandura para sus noches desamparada en la espesura de la selva. “ No voy a desfallecer” se decía, “ Debo resistir, esto tiene que tener un final”, repetía en silencio y pensaba en su bondadosa madre que sabía oraba y agotaba todos los recursos para lograr su liberación y poco a poco caía el sueño como una pesada cortina sobre sus párpados y se hundía en ese territorio al que sus verdugos no podían llegar y entonces se veía como en sus mejores años riendo con su padre, abrazando a su madre, contemplando el cielo de su niñez azul diamantino y una música como del río de su infancia, una música como de las cantatas de Bach, que tanto le gustaba, la llenaba de luz, de inspiración, de un sosiego parecido a las lejanas noches en el regazo de su madre. Eran las 4:00 a.m. cuando abrió súbitamente los ojos, de un salto bajó de la hamaca y buscó su viejo radio único contacto con ese mundo que día a día se hacía más lejano, oyó un jingle de navidad : “ De año nuevo y navidad…formula votos fervientes de paz y prosperidad…” el mismo que siempre había oído en esa radio-estación en el mes de diciembre, ansiosa aguzaba el oído para oír los mensajes entre los que estaba el de su querida mamá : “ Mi amor…” se oyó la voz de la madre, “ …Mañana es navidad y estaremos todos pensando en ti, rodeándote con nuestro abrazo, tienes que ser fuerte, pídele al buen Jesús que te dé mucha fortaleza…Aquí hemos estado cada noche haciendo la novena y orando mucho por todos Uds., los secuestrados, Sebastián te man….”, la radio lanzó un largo aullido seguido de estertores y ya fue imposible seguir con el mensaje. Ingrid, sintió un vacío en el estómago, un espasmo que la obligó a tenderse en la hamaca. “ Claro!, mañana el mundo cristiano celebra el nacimiento del Mesías, el niño Dios, el que había nacido en un portal de Belén, en medio de grandes dificultades como ella ahora, el escarnecido como ella…”, quiso llorar, gritar y que su grito estremeciera la tierra, pero siguió allí desgonzada, abatida, con ese dolor insoportable en el estómago o en el alma ?...
El día transcurrió igual a los miles que yacían como velas apagadas en el cautiverio, sus compañeros en el campamento conversaban quizá evocando tantas navidades con sus hijos, padres, esposas, madres, en sus ojos Ingrid, vió la tristeza, la impotencia, la fragilidad…La desesperación. Llegó la noche, era 23 de diciembre, sintonizó en su viejo radio una lejana emisora, RFI, tal vez o la BBC de Londres, una música sublime salía de su viejo radio, magnífica sonaba, los instrumentos expresaban los sentimientos del compositor, cellos, violines, oboes, fagots, trompetas, jubilosos celebraban la naturaleza, Ingrid, veía las vívidas imágenes que expresaba la música: El campo, los arroyos, los campesinos en la vendimia, pisando con sus pies desnudos la uva que se convertiría en mosto, la tempestad que interrumpe la celebración edénica y finalmente la canción del pastor dando gracias y expresando su alegría por el retorno de la luz, la serenidad, la armonía, reconocía aquella música que llenaba su corazón de hermosos sentimientos muy parecidos al amor, ese amor que recibía de su madre, de quienes amaba y le amaban, de Dios mismo…se quedó profundamente dormida mientras de su desvencijado radio seguía saliendo la maravillosa música de la sinfonía N° 6 Pastoral, de quien como en ella se había alojado el incómodo huésped, Beethoven.
Despertó sobresaltada, una luz indescriptible inundaba todo el cambuche, se incorporó impelida por una fuerza desconocida y salió, lo que vió la dejó paralizada, el espectáculo era sobrecogedor la luz se extendía a todos los ámbitos, era una luz rosácea crepuscular, que de pronto adquiría tonos dorados iluminando los rostros de los compañeros de cautiverio que parecían dispuestos a partir, pues tenían sus morrales y sonreían, miró en derredor y no pudo contener un grito de alegría ahí se encontraban además el teniente Malagón, Marc Gonsalves, su antiguo compañero de campamento, Clara Rojas y su hijo Emmanuel, entrañables para ella, el cabo Arteaga, Luis Eladio Pérez, quien corrió a darle un abrazo, el sargento Romero, Castellanos el subintendente…Todos!, Todos!, Keith Stansell, Thomas Howes…Todos, todos!, iban llegando de todos los rincones, jubilosos, emocionados, algunos lloraban y se miraban incrédulos ante el espectáculo de la selva iluminada…Pero,¿ De dónde venía la luz ? y los captores, ¿ Dónde estaban los guerrilleros para impedirles con sus temibles fusiles que partieran ?, ¿ Qué era aquello Dios mío?...Todos volvieron la mirada hacia el lugar de donde provenía la luz, esa luz que penetraba por entre la manigua, atravesando manglares, ríos, centenarios árboles, escudriñaban intentando desentrañar el misterio, de pronto alguien que nunca habían visto, astroso, de mirada bondadosa y penetrante se acercó a Ingrid y le dijo al oído : “ Sigamos la estrella ha nacido el Mesías, el hijo de Dios, yo los guiaré…”. Ingrid, se volvió a la multitud y enérgica levantó una mano pidiendo silencio: “Hoy es navidad “, les dijo, “ Nos esperan en casa… Sigamos la estrella, Hoy es navidad y somos libres! “.

TERESITA GÓMEZ: EL BELLO MAGISTERIO DE LA MÚSICA

I. ADAGIO.
Con la vida de Teresita Gómez, podría hacerse una hermosa película con sucesivos flash back que nos muestren esos momentos alegres, desgarradores, dramáticos, con los que está tejida su vida; Sería un filme intimista, en color sepia, como uno que recuerdo de Nikita Mijalkov, “ Quemado por el sol”, donde se narra la historia de un hombre con sus esplendores y miserias; Éste de Teresita Gómez, seduce por su ritmo, la intensidad de sus imágenes, la musicalidad, la vívida presencia de la poesía en cada plano.
En ese ámbito mágico del instituto de Bellas Artes de Medellín en la Playa con Córdoba una niña negra de nombre Teresita, miraba al finalizar las clases de música los pianos de cola sintiendo que aquel instrumento de teclas blancas y negras ejercía una fascinación a la que no podía resistirse.
El azar o el destino propiciaron la triste circunstancia que Teresita Gómez fuese abandonada en la portería del instituto, su madre había muerto a pocos días del alumbramiento, Valerio y Teresita Gómez, los guardianes del edificio no dudaron en brindarle su regazo y cuidados. Allí Teresita Gómez, sintió el primer aletazo de maravilla con la música, mirando a la profesora de piano, Martha Agudelo, la misma que una tarde la sorprendió sentada al piano y exclamó como ante una revelación: “¡ La negra está tocando!”, asumiendo desde ese momento su orientación pedagógica.
En las noches arrastrando su muñeca, única testigo de sus primeros balbuceos en el piano se sentaba y tocaba temas fáciles como el reloj cucú y la danza del soldadito, en una ocasión de la mano de su padre, Valerio, recorriendo los amplios salones éste le abrió uno de los pianos y la invitó a tocar, ése fue su primer concierto.
II. ALLEGRO MA NON TROPO.
En su bella casa del barrio Prado de Medellín encuentra Teresita el ambiente propicio para convocar sus fantasmas, entre ellos el más querido de todos su hijo Vladimir, una de esas tres heridas a las que cantó el poeta Miguel Hernández, la de la vida, la del amor y la de la muerte, es inevitable que su voz se desgarre y el cristal de sus ojos se rompa cuando habla de él, seducido por la muerte la abandonó con sólo 30 años; En la sala descansa su piano Petrof y entonces ella recapitula lo vivido, los viajes alrededor del mundo, desde los remotos días en que el presidente Belisario Betancur, la nombró embajadora cultural en Alemania, luego vino su errancia por París, donde visitó la tumba de su admirado y amado Federico Chopin en el cementerio Peret Lachaise, llevándole flores y dedicándole desde lo más íntimo de su ser sus cuatro baladas en el primer concierto que dió en Europa, donde además interpretó a Luis A. Calvo. Siempre la música acompañándola por Viena, Basilea, La Haya, Varsovia, Budapest. Hoy cumpliendo 50 años en el arduo ejercicio de la música y recibiendo los más merecidos homenajes como el que le hizo hace unos días la U. Nacional de Colombia, otorgándole el doctorado Honoris Causa, gozando de gran reconocimiento a nivel internacional, Teresita Gómez, sólo espera jubilarse en la U. de Antioquia donde ha sido maestra de piano enseñándoles a sus alumnos el amor por la música, el siempre estar a la sombra de una idea, mirando en una misma dirección, a pesar de las circunstancias desafortunadas que siempre nos acechan en la vida, el desconfiar de la lentejuela, de ése farsante llamado éxito, ése ha sido su credo de vida el que ha transmitido a quienes pasaron por sus manos y hoy son reconocidos intérpretes del piano. Ella, la maestra aclamada en todos los escenarios del mundo hoy nos confiesa que quisiera descansar y encontrarse cualquier domingo sentada en la banca de un parque de cualquiera de nuestros pueblos escuchando tocar a la banda municipal; Hace catorce años practica el zen, esa doctrina donde no se ambiciona nada y vive instalada como lo hizo otro de sus admirados maestros Basho, en la eternidad del instante, de mañanita su figura menuda atraviesa el jardín de su casa y penetra en su pequeño Dojo ( pronúnciese Dollo) el lugar para la meditación. Teresita está aprendiendo a bailar tango, por que dice se hace música con el cuerpo y le aconseja a todos los músicos para después de los cincuenta bailarlo, por que se van a divertir, además está estudiando obras de Astor Piazzola a dos pianos con el maestro Hernando García, le gusta despertarse con tangos de Enrique Santos Discépolo, Julio Sosa, el varón del tango, Agustín Magaldi; En la biblioteca de su casa están sus amores literarios, por que es una lectora compulsiva de los clásicos, Sándor Márai, de quien habla con entusiasmo, Shakespeare, Mishima, Chejov y mucha poesía que también escribe.
III. COLOFÓN.
Su voz bronca se dulcifica un poco cuando habla de sus hijas, Adriana Moreno, quien hizo la producción del C.D., “Íntimo”, homenaje de Teresita a Oriol Rangel , Luis A. Calvo, y Mirabay, traductora y cantante, con quienes tiene una gran complicidad, ahora a sus 62 años mira más serena los momentos difíciles que pasaron en su vida como cuando tuvo que someterse a una cirugía en 1995 por el dolor originado por el “ túnel metacarpiano”, que le impedía tocar por más de 10 minutos, o sus dos rupturas afectivas que terminaron en divorcios, o las dificultades para abrirse camino en su condición de negra en una sociedad racista, ahora ha logrado esa armonía que da la madurez, no la afecta vivir sola y goza con las cosas simples de la vida como tomarse un cafecito en compañía de un amigo, jugar con su nieto, caminar desprevenidamente por las calles de las ciudades que ama, ir a reír al teatro. Viendo a Teresita Gómez, uno piensa en aquel verso de Don Antonio Machado: “Y cuando llegue / el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar / me encontrareis a bordo / ligero de equipaje / casi desnudo como los hijos de la mar.”