“…Tengo necesidad de acomodarme junto a ti sobre la mesa de una pequeña hostería y brindar en la paz de una sonrisa semejante al día. Si combato, combatiré un poco por ti”. Antoine de Saint-Exúpery en Carta a un rehén.
Para Ingrid Betancourt y todos los secuestrados.
Levantó la mirada y trató de abarcar las altísimas copas de los árboles que como el cielo abovedado de una catedral se cerraba opresivo. El tiempo allí transcurría lento como aquellos caracoles que veía de niña ascendiendo por la tapia de su casa al salir para el colegio, era desesperadamente lento. Se sentó sobre la rústica banca atada con bejucos y lanzando un largo suspiro dejó que los recuerdos la poseyeran, era casi un ritual hacerlo cada mañana, vió los rostros de sus hijos, Sebastián, Mela y Loli, sonrientes desaprensivos, a su padre, esa dulce sombra que la acompañaba cada noche ; Como un inabarcable carrusel las vívidas imágenes de lo que era su vida se sucedían una tras otra como flashes que hieren los ojos, el alma… Quiso llorar pero pudorosamente volvió su cara hacia el cambuche, no quería que sus verdugos descubrieran su fragilidad, sería indignante que además vieran su rostro descompuesto por el dolor, recordó una frase que alguna vez leyó y nunca terminó de entender y ahora se revelaba en su desoladora verdad: “ El dolor es oscuro, tétrico y su naturaleza es infinita “. ¿Qué hado siniestro la condenaba a vivir en aquella inhóspita selva, lejos de quienes amaba?, ¿ En qué momento las cristalinas leyes del destino implacables, despiadadas, habían diseñado ésta atroz prisión del secuestro, que como una bestia ciega y moribunda devora los días, lame las heridas purulentas de sus víctimas?. Recorrió con sus manos de dedos afilados su rostro, ese rostro que no se repetiría nunca, con ella se irían miles de recuerdos, miles de circunstancias, su voz que tantas veces había cobijado con ternura sus hijos, su voz que había reclamado justicia para su pueblo, su voz que en aquel infame cautiverio se había alzado poderosa pidiendo un poco de compasión para los secuestrados y ahora apenas musitaba un “Gracias”. Estaba cansada, demasiado, en su cuerpo se había cebado el dolor, era ese incómodo huésped de quien no vemos su rostro, del que huimos, pero de pronto un día sin aviso alguno está instalado devastándolo todo, rompiendo nuestras entrañas, rasgando con sus garras los vagos intersticios del alma. Sobresaltada escucho una voz áspera, estentórea : “ Dra., el ranchero la mandó llamar “., “ Gracias “ apenas musitó. Caminó lentamente, su largo pelo y extrema delgadez le daban cierta fantasmidad a su presencia en el campamento, aunque a decir verdad allí todos empezaban a tener la condición de fantasmas; No quería probar de la misma vianda que invariablemente había: Fríjoles y sopa de arroz, aunque en el cumpleaños de sus hijos imaginaba aquello como una provocativa torta y cantaba jubilosa en el silencio de su corazón el happy birthday.
Ese día especialmente había más humedad que de costumbre, en la lejanía se oían gritos que se perdían en la espesa manigua, solían hacer largas jornadas de caminatas entre manglares y gigantescos árboles con hojas donde fácilmente podía oculto acechar un tigre, una boa, o quienes buscaban rescatarlos a sangre y fuego, era una incertidumbre permanente, por eso guindada había una hamaca entre dos palos con un mosquitero, bajo una improvisada carpa, allí dormía atenta a cualquier señal de peligro, dispuesta a salir volada en segundos.
La tarde cayó lentamente entre la algarabía y los murmullos de la selva, Ingrid se refugió en su cambuche y antes de meterse en la hamaca tomó la Biblia ya amarillenta de tanto trajín y leyó a la luz de una vela el libro de Job, aquel varón a quien Dios puso a prueba autorizando a Satanás para que minara su fe enviándole todas las plagas y desgracias, leía esta historia del antiguo testamento y en los infortunios de Job encontraba Ingrid fortaleza y entonces había un poco de blandura para sus noches desamparada en la espesura de la selva. “ No voy a desfallecer” se decía, “ Debo resistir, esto tiene que tener un final”, repetía en silencio y pensaba en su bondadosa madre que sabía oraba y agotaba todos los recursos para lograr su liberación y poco a poco caía el sueño como una pesada cortina sobre sus párpados y se hundía en ese territorio al que sus verdugos no podían llegar y entonces se veía como en sus mejores años riendo con su padre, abrazando a su madre, contemplando el cielo de su niñez azul diamantino y una música como del río de su infancia, una música como de las cantatas de Bach, que tanto le gustaba, la llenaba de luz, de inspiración, de un sosiego parecido a las lejanas noches en el regazo de su madre. Eran las 4:00 a.m. cuando abrió súbitamente los ojos, de un salto bajó de la hamaca y buscó su viejo radio único contacto con ese mundo que día a día se hacía más lejano, oyó un jingle de navidad : “ De año nuevo y navidad…formula votos fervientes de paz y prosperidad…” el mismo que siempre había oído en esa radio-estación en el mes de diciembre, ansiosa aguzaba el oído para oír los mensajes entre los que estaba el de su querida mamá : “ Mi amor…” se oyó la voz de la madre, “ …Mañana es navidad y estaremos todos pensando en ti, rodeándote con nuestro abrazo, tienes que ser fuerte, pídele al buen Jesús que te dé mucha fortaleza…Aquí hemos estado cada noche haciendo la novena y orando mucho por todos Uds., los secuestrados, Sebastián te man….”, la radio lanzó un largo aullido seguido de estertores y ya fue imposible seguir con el mensaje. Ingrid, sintió un vacío en el estómago, un espasmo que la obligó a tenderse en la hamaca. “ Claro!, mañana el mundo cristiano celebra el nacimiento del Mesías, el niño Dios, el que había nacido en un portal de Belén, en medio de grandes dificultades como ella ahora, el escarnecido como ella…”, quiso llorar, gritar y que su grito estremeciera la tierra, pero siguió allí desgonzada, abatida, con ese dolor insoportable en el estómago o en el alma ?...
El día transcurrió igual a los miles que yacían como velas apagadas en el cautiverio, sus compañeros en el campamento conversaban quizá evocando tantas navidades con sus hijos, padres, esposas, madres, en sus ojos Ingrid, vió la tristeza, la impotencia, la fragilidad…La desesperación. Llegó la noche, era 23 de diciembre, sintonizó en su viejo radio una lejana emisora, RFI, tal vez o la BBC de Londres, una música sublime salía de su viejo radio, magnífica sonaba, los instrumentos expresaban los sentimientos del compositor, cellos, violines, oboes, fagots, trompetas, jubilosos celebraban la naturaleza, Ingrid, veía las vívidas imágenes que expresaba la música: El campo, los arroyos, los campesinos en la vendimia, pisando con sus pies desnudos la uva que se convertiría en mosto, la tempestad que interrumpe la celebración edénica y finalmente la canción del pastor dando gracias y expresando su alegría por el retorno de la luz, la serenidad, la armonía, reconocía aquella música que llenaba su corazón de hermosos sentimientos muy parecidos al amor, ese amor que recibía de su madre, de quienes amaba y le amaban, de Dios mismo…se quedó profundamente dormida mientras de su desvencijado radio seguía saliendo la maravillosa música de la sinfonía N° 6 Pastoral, de quien como en ella se había alojado el incómodo huésped, Beethoven.
Despertó sobresaltada, una luz indescriptible inundaba todo el cambuche, se incorporó impelida por una fuerza desconocida y salió, lo que vió la dejó paralizada, el espectáculo era sobrecogedor la luz se extendía a todos los ámbitos, era una luz rosácea crepuscular, que de pronto adquiría tonos dorados iluminando los rostros de los compañeros de cautiverio que parecían dispuestos a partir, pues tenían sus morrales y sonreían, miró en derredor y no pudo contener un grito de alegría ahí se encontraban además el teniente Malagón, Marc Gonsalves, su antiguo compañero de campamento, Clara Rojas y su hijo Emmanuel, entrañables para ella, el cabo Arteaga, Luis Eladio Pérez, quien corrió a darle un abrazo, el sargento Romero, Castellanos el subintendente…Todos!, Todos!, Keith Stansell, Thomas Howes…Todos, todos!, iban llegando de todos los rincones, jubilosos, emocionados, algunos lloraban y se miraban incrédulos ante el espectáculo de la selva iluminada…Pero,¿ De dónde venía la luz ? y los captores, ¿ Dónde estaban los guerrilleros para impedirles con sus temibles fusiles que partieran ?, ¿ Qué era aquello Dios mío?...Todos volvieron la mirada hacia el lugar de donde provenía la luz, esa luz que penetraba por entre la manigua, atravesando manglares, ríos, centenarios árboles, escudriñaban intentando desentrañar el misterio, de pronto alguien que nunca habían visto, astroso, de mirada bondadosa y penetrante se acercó a Ingrid y le dijo al oído : “ Sigamos la estrella ha nacido el Mesías, el hijo de Dios, yo los guiaré…”. Ingrid, se volvió a la multitud y enérgica levantó una mano pidiendo silencio: “Hoy es navidad “, les dijo, “ Nos esperan en casa… Sigamos la estrella, Hoy es navidad y somos libres! “.
Para Ingrid Betancourt y todos los secuestrados.
Levantó la mirada y trató de abarcar las altísimas copas de los árboles que como el cielo abovedado de una catedral se cerraba opresivo. El tiempo allí transcurría lento como aquellos caracoles que veía de niña ascendiendo por la tapia de su casa al salir para el colegio, era desesperadamente lento. Se sentó sobre la rústica banca atada con bejucos y lanzando un largo suspiro dejó que los recuerdos la poseyeran, era casi un ritual hacerlo cada mañana, vió los rostros de sus hijos, Sebastián, Mela y Loli, sonrientes desaprensivos, a su padre, esa dulce sombra que la acompañaba cada noche ; Como un inabarcable carrusel las vívidas imágenes de lo que era su vida se sucedían una tras otra como flashes que hieren los ojos, el alma… Quiso llorar pero pudorosamente volvió su cara hacia el cambuche, no quería que sus verdugos descubrieran su fragilidad, sería indignante que además vieran su rostro descompuesto por el dolor, recordó una frase que alguna vez leyó y nunca terminó de entender y ahora se revelaba en su desoladora verdad: “ El dolor es oscuro, tétrico y su naturaleza es infinita “. ¿Qué hado siniestro la condenaba a vivir en aquella inhóspita selva, lejos de quienes amaba?, ¿ En qué momento las cristalinas leyes del destino implacables, despiadadas, habían diseñado ésta atroz prisión del secuestro, que como una bestia ciega y moribunda devora los días, lame las heridas purulentas de sus víctimas?. Recorrió con sus manos de dedos afilados su rostro, ese rostro que no se repetiría nunca, con ella se irían miles de recuerdos, miles de circunstancias, su voz que tantas veces había cobijado con ternura sus hijos, su voz que había reclamado justicia para su pueblo, su voz que en aquel infame cautiverio se había alzado poderosa pidiendo un poco de compasión para los secuestrados y ahora apenas musitaba un “Gracias”. Estaba cansada, demasiado, en su cuerpo se había cebado el dolor, era ese incómodo huésped de quien no vemos su rostro, del que huimos, pero de pronto un día sin aviso alguno está instalado devastándolo todo, rompiendo nuestras entrañas, rasgando con sus garras los vagos intersticios del alma. Sobresaltada escucho una voz áspera, estentórea : “ Dra., el ranchero la mandó llamar “., “ Gracias “ apenas musitó. Caminó lentamente, su largo pelo y extrema delgadez le daban cierta fantasmidad a su presencia en el campamento, aunque a decir verdad allí todos empezaban a tener la condición de fantasmas; No quería probar de la misma vianda que invariablemente había: Fríjoles y sopa de arroz, aunque en el cumpleaños de sus hijos imaginaba aquello como una provocativa torta y cantaba jubilosa en el silencio de su corazón el happy birthday.
Ese día especialmente había más humedad que de costumbre, en la lejanía se oían gritos que se perdían en la espesa manigua, solían hacer largas jornadas de caminatas entre manglares y gigantescos árboles con hojas donde fácilmente podía oculto acechar un tigre, una boa, o quienes buscaban rescatarlos a sangre y fuego, era una incertidumbre permanente, por eso guindada había una hamaca entre dos palos con un mosquitero, bajo una improvisada carpa, allí dormía atenta a cualquier señal de peligro, dispuesta a salir volada en segundos.
La tarde cayó lentamente entre la algarabía y los murmullos de la selva, Ingrid se refugió en su cambuche y antes de meterse en la hamaca tomó la Biblia ya amarillenta de tanto trajín y leyó a la luz de una vela el libro de Job, aquel varón a quien Dios puso a prueba autorizando a Satanás para que minara su fe enviándole todas las plagas y desgracias, leía esta historia del antiguo testamento y en los infortunios de Job encontraba Ingrid fortaleza y entonces había un poco de blandura para sus noches desamparada en la espesura de la selva. “ No voy a desfallecer” se decía, “ Debo resistir, esto tiene que tener un final”, repetía en silencio y pensaba en su bondadosa madre que sabía oraba y agotaba todos los recursos para lograr su liberación y poco a poco caía el sueño como una pesada cortina sobre sus párpados y se hundía en ese territorio al que sus verdugos no podían llegar y entonces se veía como en sus mejores años riendo con su padre, abrazando a su madre, contemplando el cielo de su niñez azul diamantino y una música como del río de su infancia, una música como de las cantatas de Bach, que tanto le gustaba, la llenaba de luz, de inspiración, de un sosiego parecido a las lejanas noches en el regazo de su madre. Eran las 4:00 a.m. cuando abrió súbitamente los ojos, de un salto bajó de la hamaca y buscó su viejo radio único contacto con ese mundo que día a día se hacía más lejano, oyó un jingle de navidad : “ De año nuevo y navidad…formula votos fervientes de paz y prosperidad…” el mismo que siempre había oído en esa radio-estación en el mes de diciembre, ansiosa aguzaba el oído para oír los mensajes entre los que estaba el de su querida mamá : “ Mi amor…” se oyó la voz de la madre, “ …Mañana es navidad y estaremos todos pensando en ti, rodeándote con nuestro abrazo, tienes que ser fuerte, pídele al buen Jesús que te dé mucha fortaleza…Aquí hemos estado cada noche haciendo la novena y orando mucho por todos Uds., los secuestrados, Sebastián te man….”, la radio lanzó un largo aullido seguido de estertores y ya fue imposible seguir con el mensaje. Ingrid, sintió un vacío en el estómago, un espasmo que la obligó a tenderse en la hamaca. “ Claro!, mañana el mundo cristiano celebra el nacimiento del Mesías, el niño Dios, el que había nacido en un portal de Belén, en medio de grandes dificultades como ella ahora, el escarnecido como ella…”, quiso llorar, gritar y que su grito estremeciera la tierra, pero siguió allí desgonzada, abatida, con ese dolor insoportable en el estómago o en el alma ?...
El día transcurrió igual a los miles que yacían como velas apagadas en el cautiverio, sus compañeros en el campamento conversaban quizá evocando tantas navidades con sus hijos, padres, esposas, madres, en sus ojos Ingrid, vió la tristeza, la impotencia, la fragilidad…La desesperación. Llegó la noche, era 23 de diciembre, sintonizó en su viejo radio una lejana emisora, RFI, tal vez o la BBC de Londres, una música sublime salía de su viejo radio, magnífica sonaba, los instrumentos expresaban los sentimientos del compositor, cellos, violines, oboes, fagots, trompetas, jubilosos celebraban la naturaleza, Ingrid, veía las vívidas imágenes que expresaba la música: El campo, los arroyos, los campesinos en la vendimia, pisando con sus pies desnudos la uva que se convertiría en mosto, la tempestad que interrumpe la celebración edénica y finalmente la canción del pastor dando gracias y expresando su alegría por el retorno de la luz, la serenidad, la armonía, reconocía aquella música que llenaba su corazón de hermosos sentimientos muy parecidos al amor, ese amor que recibía de su madre, de quienes amaba y le amaban, de Dios mismo…se quedó profundamente dormida mientras de su desvencijado radio seguía saliendo la maravillosa música de la sinfonía N° 6 Pastoral, de quien como en ella se había alojado el incómodo huésped, Beethoven.
Despertó sobresaltada, una luz indescriptible inundaba todo el cambuche, se incorporó impelida por una fuerza desconocida y salió, lo que vió la dejó paralizada, el espectáculo era sobrecogedor la luz se extendía a todos los ámbitos, era una luz rosácea crepuscular, que de pronto adquiría tonos dorados iluminando los rostros de los compañeros de cautiverio que parecían dispuestos a partir, pues tenían sus morrales y sonreían, miró en derredor y no pudo contener un grito de alegría ahí se encontraban además el teniente Malagón, Marc Gonsalves, su antiguo compañero de campamento, Clara Rojas y su hijo Emmanuel, entrañables para ella, el cabo Arteaga, Luis Eladio Pérez, quien corrió a darle un abrazo, el sargento Romero, Castellanos el subintendente…Todos!, Todos!, Keith Stansell, Thomas Howes…Todos, todos!, iban llegando de todos los rincones, jubilosos, emocionados, algunos lloraban y se miraban incrédulos ante el espectáculo de la selva iluminada…Pero,¿ De dónde venía la luz ? y los captores, ¿ Dónde estaban los guerrilleros para impedirles con sus temibles fusiles que partieran ?, ¿ Qué era aquello Dios mío?...Todos volvieron la mirada hacia el lugar de donde provenía la luz, esa luz que penetraba por entre la manigua, atravesando manglares, ríos, centenarios árboles, escudriñaban intentando desentrañar el misterio, de pronto alguien que nunca habían visto, astroso, de mirada bondadosa y penetrante se acercó a Ingrid y le dijo al oído : “ Sigamos la estrella ha nacido el Mesías, el hijo de Dios, yo los guiaré…”. Ingrid, se volvió a la multitud y enérgica levantó una mano pidiendo silencio: “Hoy es navidad “, les dijo, “ Nos esperan en casa… Sigamos la estrella, Hoy es navidad y somos libres! “.