sábado, 22 de diciembre de 2007

CARTA A UNA SOMBRA: HÉCTOR ABAD GÓMEZ


El 25 de agosto de 1987, Héctor Abad Faciolince, recibió un beso sonoro en la mejilla de su padre, el líder del comité de derechos humanos, el médico salubrista que ya desde su juventud se había comprometido con las causas de la gente pequeña, los desarrapados, los apaleados, los que no tienen voz, ni pan, ni zapatos. Eran las 5:15 de aquella tarde, la última que vería Héctor Abad Gómez, el hombre que había luchado contra temibles pandemias como la tifoidea, malaria, tuberculosis, polio, y contemplaba horrorizado e impotente el avance progresivo de una nueva epidemia que lo devastaba todo y de la que iba a ser una más de sus víctimas : La violencia. Llevaba en su bolsillo un soneto de Borges, que había copiado aquella mañana, Epitafio y la macabra lista que el lunes 24 de agosto muy temprano le habían leído desde una emisora de radio local donde los emisarios de la muerte lo sentenciaban bajo los cargos de : “ Médico auxiliador de guerrilleros, falso demócrata, advirtiendo : Peligroso por simpatía popular para elección de alcaldes en Medellín. Idiota útil del PCC- UP ”. Aquel martes 25 por la mañana asesinaron al presidente del gremio de maestros de Antioquia, Luis Felipe Vélez, en la puerta de la sede del sindicato y Héctor Abad Gómez, rabioso y consternado se dirijía en compañía de su discípulo más querido, Leonardo Betancur y una desconocida que lo había instado a visitar al líder inmolado, y al llegar a la puerta de ADIDA ( Asociación de institutores de Antioquia) había desaparecido, allí los esperaba la muerte.” En ése momento- dice su hijo Héctor Abad Faciolince- no puedo llorar. Siento una tristeza seca, sin lágrimas. Una tristeza completa pero anonadada, incrédula. Ahora que lo escribo soy capaz de llorar, pero en ese momento me invadía una sensación de estupor. Un asombro casi sereno ante el tamaño de la maldad, una rabia sin rabia, un llanto sin lágrimas, un dolor interior que no parece conmovido sino paralizado, una quieta inquietud…”. El olvido que seremos es una larga epístola donde el hijo reconstruye minuciosamente cada capítulo vivido al lado de ese padre bondadoso, consciente de sus responsabilidades históricas, en un país de inequidades, de infames persecuciones, intolerante. Están en sus 42 capítulos la saga de la familia Abad Faciolince, con personajes de una inolvidable belleza como Marta Cecilia Abad, la más alegre, inteligente y vital, quien a los 16 años es arrebatada por la muerte, un cáncer de piel ( melanoma) sumiéndolos a todos en la desesperanza; Están en sus páginas los amigos, el exilio doloroso, la lucha por no desfallecer aún en medio de las peores catástrofes, el testimonio de un hijo amoroso que después de más de 20 años convoca la presencia del padre, esa dulce sombra, para increpar a sus asesinos, que como en la tragedia de Shakespeare, Mac beth, asesinaron el sueño. En el olvido que seremos recorremos un país con sus paradojas, sus héroes anónimos y Héctor Abad Faciolince, nos ayuda a través de sus desgarradoras páginas a exorcizar nuestros propios fantasmas en un país donde contemplamos impotentes la infamia de cada día.

1 comentario:

susig dijo...

Me gustó el texto de H.A.F, es incisivo y lúcido.

TERESITA GÓMEZ: EL BELLO MAGISTERIO DE LA MÚSICA

I. ADAGIO.
Con la vida de Teresita Gómez, podría hacerse una hermosa película con sucesivos flash back que nos muestren esos momentos alegres, desgarradores, dramáticos, con los que está tejida su vida; Sería un filme intimista, en color sepia, como uno que recuerdo de Nikita Mijalkov, “ Quemado por el sol”, donde se narra la historia de un hombre con sus esplendores y miserias; Éste de Teresita Gómez, seduce por su ritmo, la intensidad de sus imágenes, la musicalidad, la vívida presencia de la poesía en cada plano.
En ese ámbito mágico del instituto de Bellas Artes de Medellín en la Playa con Córdoba una niña negra de nombre Teresita, miraba al finalizar las clases de música los pianos de cola sintiendo que aquel instrumento de teclas blancas y negras ejercía una fascinación a la que no podía resistirse.
El azar o el destino propiciaron la triste circunstancia que Teresita Gómez fuese abandonada en la portería del instituto, su madre había muerto a pocos días del alumbramiento, Valerio y Teresita Gómez, los guardianes del edificio no dudaron en brindarle su regazo y cuidados. Allí Teresita Gómez, sintió el primer aletazo de maravilla con la música, mirando a la profesora de piano, Martha Agudelo, la misma que una tarde la sorprendió sentada al piano y exclamó como ante una revelación: “¡ La negra está tocando!”, asumiendo desde ese momento su orientación pedagógica.
En las noches arrastrando su muñeca, única testigo de sus primeros balbuceos en el piano se sentaba y tocaba temas fáciles como el reloj cucú y la danza del soldadito, en una ocasión de la mano de su padre, Valerio, recorriendo los amplios salones éste le abrió uno de los pianos y la invitó a tocar, ése fue su primer concierto.
II. ALLEGRO MA NON TROPO.
En su bella casa del barrio Prado de Medellín encuentra Teresita el ambiente propicio para convocar sus fantasmas, entre ellos el más querido de todos su hijo Vladimir, una de esas tres heridas a las que cantó el poeta Miguel Hernández, la de la vida, la del amor y la de la muerte, es inevitable que su voz se desgarre y el cristal de sus ojos se rompa cuando habla de él, seducido por la muerte la abandonó con sólo 30 años; En la sala descansa su piano Petrof y entonces ella recapitula lo vivido, los viajes alrededor del mundo, desde los remotos días en que el presidente Belisario Betancur, la nombró embajadora cultural en Alemania, luego vino su errancia por París, donde visitó la tumba de su admirado y amado Federico Chopin en el cementerio Peret Lachaise, llevándole flores y dedicándole desde lo más íntimo de su ser sus cuatro baladas en el primer concierto que dió en Europa, donde además interpretó a Luis A. Calvo. Siempre la música acompañándola por Viena, Basilea, La Haya, Varsovia, Budapest. Hoy cumpliendo 50 años en el arduo ejercicio de la música y recibiendo los más merecidos homenajes como el que le hizo hace unos días la U. Nacional de Colombia, otorgándole el doctorado Honoris Causa, gozando de gran reconocimiento a nivel internacional, Teresita Gómez, sólo espera jubilarse en la U. de Antioquia donde ha sido maestra de piano enseñándoles a sus alumnos el amor por la música, el siempre estar a la sombra de una idea, mirando en una misma dirección, a pesar de las circunstancias desafortunadas que siempre nos acechan en la vida, el desconfiar de la lentejuela, de ése farsante llamado éxito, ése ha sido su credo de vida el que ha transmitido a quienes pasaron por sus manos y hoy son reconocidos intérpretes del piano. Ella, la maestra aclamada en todos los escenarios del mundo hoy nos confiesa que quisiera descansar y encontrarse cualquier domingo sentada en la banca de un parque de cualquiera de nuestros pueblos escuchando tocar a la banda municipal; Hace catorce años practica el zen, esa doctrina donde no se ambiciona nada y vive instalada como lo hizo otro de sus admirados maestros Basho, en la eternidad del instante, de mañanita su figura menuda atraviesa el jardín de su casa y penetra en su pequeño Dojo ( pronúnciese Dollo) el lugar para la meditación. Teresita está aprendiendo a bailar tango, por que dice se hace música con el cuerpo y le aconseja a todos los músicos para después de los cincuenta bailarlo, por que se van a divertir, además está estudiando obras de Astor Piazzola a dos pianos con el maestro Hernando García, le gusta despertarse con tangos de Enrique Santos Discépolo, Julio Sosa, el varón del tango, Agustín Magaldi; En la biblioteca de su casa están sus amores literarios, por que es una lectora compulsiva de los clásicos, Sándor Márai, de quien habla con entusiasmo, Shakespeare, Mishima, Chejov y mucha poesía que también escribe.
III. COLOFÓN.
Su voz bronca se dulcifica un poco cuando habla de sus hijas, Adriana Moreno, quien hizo la producción del C.D., “Íntimo”, homenaje de Teresita a Oriol Rangel , Luis A. Calvo, y Mirabay, traductora y cantante, con quienes tiene una gran complicidad, ahora a sus 62 años mira más serena los momentos difíciles que pasaron en su vida como cuando tuvo que someterse a una cirugía en 1995 por el dolor originado por el “ túnel metacarpiano”, que le impedía tocar por más de 10 minutos, o sus dos rupturas afectivas que terminaron en divorcios, o las dificultades para abrirse camino en su condición de negra en una sociedad racista, ahora ha logrado esa armonía que da la madurez, no la afecta vivir sola y goza con las cosas simples de la vida como tomarse un cafecito en compañía de un amigo, jugar con su nieto, caminar desprevenidamente por las calles de las ciudades que ama, ir a reír al teatro. Viendo a Teresita Gómez, uno piensa en aquel verso de Don Antonio Machado: “Y cuando llegue / el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar / me encontrareis a bordo / ligero de equipaje / casi desnudo como los hijos de la mar.”